{image}http://eldia.co/images/stories/070612/01.jpg{/image}Desde una azotea, en un quinto piso, el músico Antonio Perris, con su madre cogida de la mano, se arrojó al vacío de la depresiva crisis griega.

El hombre, pese a haber vendido parte de sus propiedades, se quedó sin dinero y ya no tenía para comer. Su mamá, de noventa años, paciente con alzhéimer, desde hace veinte era asistida por él. Otro suicidio que se suma a la macabra cuenta de los más de 2.550 griegos que en los últimos tres años se han quitado la vida.

“Estamos gobernados por ladrones y todos sus acólitos”, había escrito el músico antes de la solución final. Otro suicida, Alexandros, de 61 años, encontrado en un parque ateniense, decía en su nota de despedida que esperaba que “sus nietos no nacieran en Grecia (…) Déjenles conocer otra lengua porque el griego será borrado del mapa”.

Grecia, símbolo cultural de Europa, cuna de la civilización occidental, la de Platón y Aristóteles, la que escuchó a Sócrates (y lo condenó a muerte) y vio esculpir a Praxíteles, la del brillante y jamás repetible siglo V antes de nuestra era, la de la cultura del logos, la de la Acrópolis y los trágicos, la de los cómicos y el ágora, esa nación sufre hoy una crisis, en la que, como siempre ocurre, son los pobres los más aporreados.

Grecia, condenada a todas las miserias por el capitalismo, vive su propia tragedia. ¿Pero la sufren todos los griegos? No. Los banqueros y las transnacionales ríen mientras los hijos del pueblo se tiran al metro, se cortan las venas, o en actos de desesperación apoyan a candidatos nazis. Son los griegos del común los que lloran las secuelas de la aplicación de doctrinas neoliberales y las políticas de los mandamases de la comunidad europea. El escritor alemán Günter Grass vuelve a la palestra con un poema, “La vergüenza de Europa”, en el que acusa al continente, incluido desde luego Alemania, de dar a beber a Grecia la copa de la cicuta y recuerda que la maldición de los dioses del Olimpo hará que Europa se marchite. “País condenado a ser pobre, / cuya riqueza / adorna cuidados museos: / botín por ti vigilado”. El autor de El tambor de holajata expresa su lamento por esa Grecia deudora, sometida por ese mismo capitalismo que, según Marx, nació chorreando sangre y lodo por todos sus poros.

Hace menos de un mes, otro griego, Dimitris Christoulas, un jubilado de 77 años, se disparó frente al parlamento de su país, atormentado por la situación económica, que ha conducido, por ejemplo, a reducir las pensiones y subir los precios de los alimentos. ¡Oh, qué horrores sufre el pueblo griego! Más que los que padeció con el imperio otomano. Cuando se piensa en Grecia, hay que, entre tantos complejos mundos, detenerse en los conceptos clave del llamado progreso de la humanidad: la democracia, la libertad, la creatividad, la razón.

Ah, pero si uno retorna, digamos, a Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis, ve en esa novela excepcional el fracaso de la razón, pero, a su vez, la reivindicación de la existencia simple, atrevida, plena de emociones. Ahí está representado en Alexis Zorba, el griego libre, sin amarras a las cadenas del dinero y del poder. Ni de las ideologías. Ni de las religiones. Él es dios y diablo a la vez. “No espero nada, no temo nada. Soy libre”, es su lema existencial.

Por eso, es posible que el pueblo griego, el pueblo de esa “tierra bendita de islas”, retomando su esencia de libertad, pueda salir de la crisis en la que lo ha sumido el capitalismo europeo. Ese pueblo tendrá que gritar, algún día, como lo hizo uno de sus ciudadanos, exasperado ante las humillaciones de un alemán: “Exigimos que nos devuelvan la civilización que nos robaron: queremos de vuelta a Grecia las inmortales obras de nuestros antepasados, que guardan en los museos de Berlín, Múnich, París, Roma y Londres”.

La tierra de las hetairas, la de Friné, que conmovió a un jurado con su belleza de Afrodita y sus tetas perfectas; la tierra de Sófocles y Heródoto, se levantará con todo el peso de su cultura ancestral para no ser borrada del mapa y cantar de nuevo la cólera de Aquiles.