El once de marzo pasado los colombianos fueron convocados a elegir los representantes y senadores que conformarían el Congreso  de la República para los próximos cuatro años. De igual manera fueron convocados a participar de dos consultas para escoger candidatos presidenciales, la Gran Consulta por Colombia entre Iván Duque, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, y la Consulta por la Inclusión Social por la Paz entre Gustavo Petro y Carlos Caicedo.


Serían las primeras elecciones de alcance nacional realizadas tras la firma del acuerdo de paz con las guerrillas de las Farc, en las que también participaría el partido político surgido tras la desmovilización de ese grupo armado. Sin duda alguna, un hecho político importante si además se tiene en cuenta que tales elecciones se habían constituido en la antesala de las elecciones presidenciales del próximo 27 de mayo, un momento crucial en el que la nación colombiana enfrenta la encrucijada de escoger el rumbo del reformismo social y político de signo democrático, alentado por el Acuerdo de Paz celebrado entre el actual gobierno y las guerrillas de las Farc,  u opta por la restauración plena del orden, pretendido por las élites tras haber logrado la desmovilización y desarme de la organización guerrillera.

I.

En relación con las consultas interpartidistas del once de marzo, los resultados no arrojan grandes sorpresas si nos atenemos a los nombres de los triunfadores. Pues era previsible que la Gran Consulta por Colombia la ganara el senador Iván Duque, quien contó con el apoyo y respaldo del ex presidente Uribe y de buena parte de la maquinaria que sostuvo la campaña por el NO durante el plebiscito de la paz. Como tampoco fue sorpresa que la otra consulta la ganara Gustavo Petro, quien, luego de su paso por el Congreso de la República y la alcaldía de Bogotá, es hoy prominente figura política de talla nacional. En realidad, la sorpresa de este evento corre por cuenta del respaldo electoral obtenido por uno y otro aspirante para lograr la investidura de candidatos presidenciales por sus respectivos partidos y movimientos. Si bien es cierto que Duque, con una votación nunca antes vista en ese tipo de certámenes, se impuso con cerca de 4 millones de votos, Petro por su lado logró que casi 3 millones de electores respaldaran su aspiración presidencial. Una votación histórica para la izquierda, que supera la obtenida por Carlos Gaviria en 2006 cuando, con el apoyo de toda la izquierda, alcanzó 2.600.000 votos como candidato presidencial del Polo Democrático.  

Aun cuando deba tenerse en cuenta que por su naturaleza jurídica y política tales consultas pueden ser eventos abiertos en los que de hecho intervienen y participan también militantes de otros partidos y ciudadanos sin partido, sus resultados cobran, de entrada, un significado político importante en la disputa por la presidencia de la república. Es cierto que efectuadas las consultas, Duque aparece aventajando a Petro por una diferencia cercana al millón de votos, lo que probablemente habrá de reflejarse en los próximos sondeos electores de las firmas encuestadoras. Pero no menos cierto lo es el hecho de que, con la votación obtenida, Petro ha pasado a convertirse en el punto de referencia obligado para el conjunto de la izquierda y los partidos de centro-izquierda en la presente campaña electoral, con una tendencia creciente como fenómeno político, lo que podría generar condiciones reales para ponerlo en posibilidades de disputarle la Presidencia de la República a los candidatos y partidos de la derecha.

Petro ha logrado posicionarse como el candidato de los pobres y los marginados, de los jóvenes y las mujeres, de amplios sectores de trabajadores y de clase media, de indígenas y campesinos, ofreciendo un discurso de reformas económicas, sociales y políticas de signo democrático, contra el neoliberalismo y el subdesarrollo, en defensa del medio ambiente, de la paz, los derechos y las libertades. Y valido de este discurso, tomó la valerosa decisión de disputarle a la derecha la posibilidad de ser gobierno. Tal vez no tenga aún la convicción firme de que solo un gobierno de la izquierda y los trabajadores es la única garantía de que el programa de las reformas democráticas que viene agitando pueda implementarse a cabalidad, y que sin un gobierno de esa naturaleza no será posible avanzar con otras reformas sociales en beneficio de los asalariados y las masas plebeyas del campo y la ciudad, contra capitalismo neoliberal y el modelo extractivista, temas centrales de su discurso y de su programa. Pero las particulares circunstancias políticas que han rodeado su campaña lo han hecho evolucionar en esta dirección. En efecto, Petro tuvo que sortear la tentativa sectaria y excluyente de algunos agrupamientos y dirigentes que pretendieron ahogar su aspiración política por la vía de aislarlo y condenarlo al ostracismo. Fue lo que en su momento pretendieron Clara López y Humberto de la Calle, por un lado, y por otro, Jorge Enrique Robledo, Claudia López y Sergio Fajardo, para quienes el discurso de Petro resultaba y resulta aún polarizante y contraproducente para la estrategia política y electoral de acuerdos y conciliación de clases perseguida por ellos. Sin duda alguna, sostener la decisión de seguir adelante con su candidatura de izquierda independiente, es su gran mérito hasta ahora.

Luego, su campaña debió enfrentar las dificultades procedentes no sólo del bloqueo económico y financiero de la misma, sino también y principalmente de la hostilidad y el hostigamiento permanentes a que ha sido sometido por los grandes medios de comunicación, los voceros de las campañas de la derecha y del centro, así como de algunos gobernantes locales. Grupos de choque patrocinados por paramilitares y políticos de derecha trataron así mismo de impedir muchos de sus eventos de campaña, llegando incluso al atentado personal en su contra, como sucediera en Cúcuta una semana antes de la consulta.

Esto último afectaría también y de manera especial a la Farc, partido que debió suspender por completo su campaña electoral para Congreso y retirar de la contienda a su candidato presidencial. Tanto Petro como la Farc han sido víctimas de la descalificación política profusamente propalada por los medios y la propaganda de la derecha al señalarlos como símbolos y encarnación del castro-chavismo, un término acuñado por el urbismo para satanizar y victimizar a aquellos sectores o dirigentes políticos que sostienen y difunden un discurso de lucha de clases o diferenciación social. Por su discurso y programa, Petro es presentado por la derecha toda y su aparato publicitario como un candidato peligroso para el sistema.

II.

El once de marzo los colombianos eligieron igualmente a los representantes y senadores que han de integrar el Congreso de la República para el período 2018-2022. Cuatro hechos importantes se destacan de esta elección: i) la persistencia de la abstención como rasgo definido de nuestra cultura política y electoral; ii) el triunfo electoral de la derecha; iii) un retroceso de los partidos de centro-derecha; iv) un repunte significativo de la izquierda y de la centro-izquierda, y v) el desdibujamiento de la Farc como partido político.

1. La persistencia de la abstención como rasgo definido de nuestra cultura política y electoral
 
Con un potencial electoral de más de 36 millones y medio de electores, el nuevo Congreso de la República fue elegido con la participación de cerca de 17 millones y medio de votantes, que representa a cerca del 48% del electorado. Significa lo anterior que la abstención esta vez pudo haber rondado la cifra del 52% del potencial electoral, cuatro puntos por debajo de la registrada en 2014, cuando alcanzó la cifra del 56.5%. Con todo, la cifra es significativa de que una mayoría inmensa de ciudadanos no tuvo participación en la escogencia del Poder Legislativo para el período que viene. Comportamiento que por lo demás ha sido reiterativo año tras año y evento tras evento entre nosotros.

Pero al lado de la cifra de los que se abstuvieron de votar aparecen otras no menos importantes, que dan cuenta de actitudes y comportamientos de inconformidad con la oferta electoral en su conjunto o con partes de ésta: más de 870 mil ciudadanos fueron a las urnas y se abstuvieron de marcar el tarjetón, a 1.135.749 de los que acudieron se les declaró nulo su voto, y un número cercano a 400 mil electores votaron en blanco. Si todas estas expresiones se suman a la abstención registrada, la conclusión es evidente: el Congreso de la República elegido el once de marzo fue en realidad votado por escasamente 15 millones de electores, lo que equivale apenas a cerca del 40% del electorado colombiano. Una democracia electoral de minorías. Conclusión esta que no puede ser descalificada con el argumento de que siempre ha sido así, lo que es cierto pero no por ello deja de ser grave, toda vez que ello habla de la crisis de legitimidad del sistema político y sus instituciones centrales, de los gobernantes y de los congresistas. Detrás de todo esto lo que se esconde realmente es el hecho estructural que las élites y clases dominantes han querido esquivar y enmascarar con prácticas espurias de participación: en Colombia la marginalidad social va acompañada de la marginalidad política, y tanto la una como la otra nutren el mercado del clientelismo y la compra venta directa de votos con que las maquinarias electorales de los partidos dominantes ponen mayorías para gobernar y mandar. Y todo ello toca y tiene que ver con la política económica y social excluyente y con la prevalencia de un sistema político igualmente vicioso y sin garantías democráticas.

2. El triunfo electoral de la derecha

Los resultados electorales del once de marzo favorecieron ampliamente a las dos figuras políticas que encarnan hoy la derecha dura en Colombia, el ex presidente Alvaro Uribe Vélez y el candidato presidencial Germán Vargas Lleras, con sus respectivos partidos, el Centro democrático y Cambio Radical.

En efecto, los resultados muestran a un Uribe que se afianza y consolida como gran elector. No sólo aparece como el aspirante al Congreso con la mayor votación, 870.000 votos, sino que, también su partido, el Centro Democrático, asegura mayorías en las dos cámaras, con una votación que sobrepasa los 2.500.000 sufragios. Pese a que en las elecciones del once de marzo aparece perdiendo un senador, al pasar de 20 escaños obtenidos en 2014 a 19 elegidos esta vez, su partido registra no solo la mayor votación para el Senado sino también el mayor número de senadores. En la Cámara de Representantes obtuvo igualmente una representación bastante significativa, al pasar de 19 representantes a 32, ubicándose como la segunda fuerza política de la Cámara detrás del Partido Liberal que obtuvo 35. Este desempeño guarda relación con la abultada votación obtenida por Iván Duque en la consulta que lo escogió como candidato presidencial, así entre uno y otro certamen exista una gran diferencia en el número de votantes por el uribismo.

La victoria del uribismo no ha sido arrasadora, como lo esperaban algunos sectores de opinión, pero lo obtenido convierte al Centro Democrático en la fuerza política con mayor representación en el Congreso para los próximos cuatro años. Uribe y su partido han salido victoriosos con un discurso de rechazo abierto al acuerdo de paz celebrado entre el Gobierno y las Farc, lo que ha sido utilizado con eficacia publicitaria para desatar y sembrar el miedo de que Colombia se convierta en otra Venezuela por obra del castro-chavismo, agenciado supuestamente por Gustavo Petro y la presencia de la Farc en la política, quienes incitan a la lucha de clases contra los de arriba. Y todo esto sucede precisamente en momentos en que el Gran Jefe ha sido puesto contra las cuerdas por la Corte Suprema de Justicia.

Los resultados favorecieron igualmente a Cambio Radical y la aspiración presidencial de Germán Vargas, al obtener una votación cercana a los 2.200,000 votos, lo que le permitió al ex Vicepresidente incrementar en forma considerable su presencia parlamentaria, duplicando por poco su bancada en el Congreso, al pasar de 9 a 16 senadores, y de 16 a 30 representantes en la Cámara. Estos resultados muestran en apariencia a un partido en ascenso y crecimiento, cuyos alcances y dinámica están directamente relacionados con el paso y desempeño de Vargas como ministro del gabinete y vicepresidente de Santos.

Ciertamente, la trepada electoral de Cambio Radical se explica por el doble juego que su jefe político supo hacer en calidad de Vicepresidente de la República, a quien Santos le concedió todo el espacio institucional y los recursos necesarios para que ejecutara el más ambicioso programa social del actual gobierno, como fue la construcción de más de un millón de viviendas para los sectores populares, así como la construcción de las más vistosas y costosas obras de infraestructura vial y aeroportuaria acometidas en el país en los últimos tiempos. Pero está relacionado también con el hecho de que Cambio Radical logró reclutar y colocar bajo su paraguas a buena parte de la amplia red clientelar de varios departamentos manejada por políticos locales cuestionados por los medios de comunicación, así como por los órganos de control e investigación judicial. Desde la Vicepresidencia, Vargas sostuvo igualmente una actitud doble y vacilante frente a la política de paz del Gobierno, optando finalmente por la oposición tras haber renunciado a su cargo, dándole la orden a su bancada parlamentaria de hacer frente común con los uribistas para imponer la renegociación del acuerdo de paz en el Congreso en momentos en que la defensa de ese acuerdo comenzaba a devaluarse política y electoralmente.

Tras la elección del nuevo Congreso, lo que se observa entonces es la consolidación de un fuerte núcleo de derecha en Colombia, con peso y presencia parlamentaria decisivos, cuyos efectos habrán de verse reflejadas de manera inmediata en la disputa por la presidencia de la república y luego en la estocada final que le espera a lo que aún sobrevive del acuerdo de paz. Los partidos liberal y conservador, como se verá, han sufrido una merma en su votación y representación parlamentaria, lo que muy seguramente habrá de condicionar su comportamiento en el próximo Congreso. Y como se vio al final de la legislatura que termina, con la bancada uribista terminarán alineándose no sólo los parlamentarios de Cambio Radical sino también buena parte de los conservadores y los liberales. Estamos pues ante la probabilidad de que en lo inmediato el país registre un viraje político mayor hacia la derecha. Lo que seguramente vendrá acompañado de decisiones no sólo en lo económico y social, sino también en el régimen político, los derechos y las libertades, todo lo cual concuerda con el deseo mayoritario del establecimiento de lograr una restauración plena del orden luego de haber logrado desarmar la guerrilla más grande y antigua del Continente.        

3. El retroceso de los partidos de centro-derecha

A diferencia de lo mostrado por el Centro Democrático y Cambio Radical el once de marzo, el tradicional centro político de derecha, representado por el grueso de los partidos conservador y liberal, marcó un notorio retroceso electoral. Siendo mayor el fiasco en el caso del liberalismo, que enfrentó las parlamentarias con candidato presidencial propio y en campaña. Ni conservadores ni liberales alcanzaron la cifra de los 2 millones de votos, lo que habría de expresarse en la pérdida de curules en las dos cámaras por ambos partidos. Mientras el Partido conservador pasó de 18 a 15 senadores, el liberalismo retrocedió de 17 a 14. Igual situación se presenta en la Cámara, en la que ambos partidos perdieron 5 representantes, el conservatismo pasó de 26 a 21, en tanto que el liberalismo se quedaría con 35 luego de haber elegido 40 en 2014.

Los partidos liberal y conservador constituyen el núcleo del viejo bipartidismo que gobernó a Colombia hasta finales del siglo pasado. Hace tiempo dejaron de ser centros generadores de ideología política propias, de suerte que la adscripción partidista de sus electores se ha venido sustentando fundamentalmente en prácticas espurias como el clientelismo y la compra venta abierta de votos, agenciada por poderosas maquinarias constituidas por políticos locales, regionales y nacionales asociados a contratistas del Estado y mafiosos de todo tipo. Concomitante con esto, las campañas electorales pasaron de ser estrategias de acción que comprometían la estructura partidista, para convertirse en empresas electorales sostenidas por familias de notables o por empresarios de la política. De esta manera, el debate de ideas y de programas de gestión social, económica y cultural ha sido desplazado por una feroz disputa entre maquinarias políticas por el control del botín que representa la administración pública en todos los niveles. Y hablar de administración pública es hablar de la contratación pública, del nombramiento y provisión de cargos y puestos para la gestión de lo público, pero principalmente es hablar del manejo y gestión del presupuesto en todos los niveles del Estado. Organizados alrededor de la disputa de todo esto es lo que ha permitido la sobrevivencia de los dos viejos partidos. Pero igualmente es lo que ha dado lugar a la emergencia de otros nuevos, como desprendimientos del tronco bipartidista originario.

La situación del Partido de la U, que es el partido del presidente Santos, es especialmente dramática. A pesar de haber sacado adelante lo que a primera vista no parecía posible ni cercano en el corto plazo, como lo fue el proceso de paz con las Farc, aparecen como los grandes perdedores y damnificados de las pasadas elecciones. Santos obtuvo el Premio Nobel de Paz, pero al finalizar su mandato termina con una popularidad por debajo del 20%, en tanto que el Partido de la U se desplomó en las pasadas elecciones; pues, luego de haber alcanzado la mayor votación y el mayor número de senadores en 2014, el once de marzo quedó relegado a un quinto lugar de votación y representación parlamentaria, toda vez que de 21 senadores que tenía pasó a elegir 14, en tanto que en la Cámara perdería dos escaños al pasar de 27 a 25 representantes. Resultados que sin duda alguna reflejan la falta de liderazgo de ese partido y el castigo a que fue sometido por el lectorado tras los escándalos que vinculan a buena parte de su bancada con sonados casos de corrupción en el departamento de Córdoba y con Odebrech.

4. El repunte significativo de la izquierda y del centro-izquierda

Contra todo lo que se temía, que la izquierda y el centro izquierda desaparecerían del escenario institucional del Congreso como consecuencia de que no alcanzarían el umbral de la votación, el desempeño electoral de este sector político es sorprendente, no sólo por la votación obtenida, sino también por el número de escaños alcanzados en el Congreso que ha de de instalarse el próximo 20 de julio.

Los resultados del once de marzo muestran ciertamente que la izquierda en su conjunto logró aumentar su votación y representación parlamentaria. Lidera este logro la Alianza Verde, un partido de centro izquierda que estuvo cerca de duplicar su votación con cerca de 1.300.000 electores que lo apoyaron, lo que le permitió pasar de 5 a 10 senadores y de 6 a 9 representantes en la Cámara; seguido por el Polo Democrático Alternativo que también registra un leve incremento de su votación, permitiéndole conservar el mismo número de escaños en el Senado (5 senadores), pero no así en la Cámara, donde pierde un representante, al pasar de 3 a 2. Por su parte, la coalición Lista de la Decencia, una fuerza política nueva, conformada por agrupamientos como Colombia Humana, ASI, Unión Patriótica, Partido Comunista y MAIS, entre otros, alcanzó a elegir 4 senadores y 2 representantes a la Cámara, con una votación cercana a los 550.000 votos. El desempeño de Decencia estuvo influenciado y jalonado por la presencia en la plaza pública de Gustavo Petro y Carlos Caicedo. De igual manera debe destacarse, como parte de este logro electoral de la izquierda, la elección del dirigente indígena Feliciano Valencia al Senado por la circunscripción electoral indígena.

Sin lugar a dudas, este repunte electoral de la izquierda se nutre y en buena medida está asociado a la gran inconformidad social  acumulada por años de aplicación de políticas neoliberales, a la resistencia ambientalista que diferentes comunidades vienen ofreciendo a los proyectos de explotación minera en manos de las multinacionales, a la lucha de los jóvenes por una educación gratuita y de calidad, al combate de las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinos por la tierra, a la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos,  así como a la de las comunidades LGTBI por sus derechos y libertades. La ausencia de una dirección revolucionaria, que sea capaz de encausar la lucha social de los de abajo hacia una estrategia revolucionaria por el poder, trae como resultado que aquella frustre sus potencialidades en el estrecho horizonte gremialista y corporativista, o termine distorsionada al buscar otros canales institucionales de participación política para manifestarse. La izquierda sigue aún enfrentando el reto de lograr traducir la lucha social de resistencia de pueblos y comunidades, en lucha política abierta contra los dominadores.

Sumada pues la representación alcanzada por los partidos de la izquierda y de centro izquierda en el Congreso, se configura una fuerza política contestataria muy significativa en el seno de esa institución. Seguramente no logrará constituir una bancada compacta y homogénea, de hecho no lo es, habida cuenta de la tradición y procedencia ideológica de los elegidos, así como de una larga historia de divisiones y desdoblamientos políticos que la marca. Será esta su gran debilidad. Con todo, los sectores subalternos de la sociedad que la eligió, tiene la expectativa de que en realidad se convierta en alternativa de la clase política que actúa en representación del establecimiento. Este es su reto.

5. El desdibujamiento de la Farc como partido político

Desde su constitución como partido político, la Farc generó una gran expectativa por lo que sería su desempeño como partido debutante en la lucha electoral. No obstante, los resultados obtenidos el once de marzo resultaron frustrantes, toda vez que su votación no arribó a los 100 mil electores en todo el país, lo que se significa que su representación parlamentaria no superará el número de los 5 senadores y los 5 representantes obtenidos en virtud acuerdo de paz celebrado con el Gobierno.

Este desdibujamiento de la Farc como partido político está asociado a factores diversos. El ataque permanente, así como los violentos cuestionamientos procedentes tanto de los medios como de los partidos de la derecha, trajeron como consecuencia su práctica exclusión de la campaña electoral. De hecho, un buen sector del establecimiento está empeñado en impedir su ingreso al sistema político institucional y presionar para que su dirección política vaya a la cárcel. Su pobre desempeño político podría estar relacionado igualmente con el estado incipiente en que aún se halla el montaje del aparato organizativo del nuevo partido. Por lo poco que se vio durante la campaña, apenas funciona su equipo de dirección, y al parecer no existe todavía una estructura partidista de base que sea capaz de organizar y movilizar a los sectores sociales que le sirvieron de apoyo territorial durante los años de conflicto armado.

Lo más probable sea que la representación parlamentaria de la Farc se una a la bancada de la izquierda y centro izquierda del Congreso y actué en frente único con aquella.  

III.

Efectuadas las consultas partidistas, y elegido el nuevo Congreso, el panorama de la contienda por la Presidencia de la República dibuja un escenario de disputa con final incierto todavía. Por el número de aspirantes y variedad de fórmulas electorales en juego, el escenario aparece disperso pero con una ya marcada tendencia hacia la polarización política entre una derecha dura y bicéfala representada por las aspiraciones de Iván Duque y Germán Vargas, por un lado, y una candidatura de izquierda en cabeza de Gustavo Petro, por otro. Entre uno y otro extremo compiten dos aspiraciones de centro con poca fuerza de atracción hasta ahora, representadas por Humberto de la Calle, la una, y Sergio Fajardo, la otra.

Es bastante probable que la composición del nuevo Congreso de la República y la votación arrojada por las elecciones del once de marzo pueda dar lugar a prontos e inesperados reacomodos del escenario planteado, hacia una reconfiguración del mismo o hacia su confirmación plena. Más temprano que tarde empezarán a insinuarse las primeras tendencias que han de marcar el desenlace del mismo. Cuando amanezca veremos el sol.